sábado, 13 de enero de 2018

EMIGRACION

Han sido muchas las historias que la emigración generó en los habitantes de canarias, por eso quiero hoy recordar esta realidad que vivieron nuestros antepasados.
Específicamente me voy a referir a la emigración reciente.
Con la Guerra Civil Española un grave período de crisis y autarquía se abrió sobre las islas, del que no se saldría hasta los años sesenta. Desde el año 1948, ante las serias dificultades que impuso la España franquista a la migración con trámites penosos y costosísimos, nació la llamada época de los barcos fantasmas. En ella la flota pesquera canaria se destinó al traslado de inmigrantes clandestinos  en barcos de vela, entre ese año y 1952 se calcula que la efectuarían unos 8.000. Fue sin duda uno de los episodios más dramáticos y épicos del afán de los canarios por llegar a la Nueva Tierra Prometida, en las que navíos con una disponibilidad máxima de 50 personas llegaron a transportar 286.
Hasta la década de 1940, la mayor parte de la emigración era clandestina, y esta situación la provocaba la legislación vigente para el momento, las dificultades administrativas y económicas para conseguir los visados, la represión política y la evasión del servicio militar.
En los lugares que llegaban los canarios dejaban huella. En los registros matrimoniales de las catedrales de La Habana y Caracas, constan, como segundo aporte demográfico, personas de origen canario. Historiadores Venezolanos afirman que toda la población blanca del interior del país tiene sus raíces en las Islas Canarias.
La última etapa dorada de esta migración serán los años 70. Las mujeres pasan a ser el 60% de los emigrantes.
Las estadísticas señalan que en el año 1954 llegaron a Venezuela 74.000 emigrantes oficialmente, pero esa cifra era rebasada por los canarios que no iban contratados, sino como transeúntes, turistas o como simples visitantes y se quedaban en el país junto a padres y familiares, nacionalizándose para tener derecho al establecimiento comercial e industrial. Se cifró en aquellos años en más de 150.000 los canarios dispersos en todo el país hermano. 
Mucho podría hablar acerca de este tema, pero hay estudios completos de expertos, historiadores, tesis universitarias, blogs muy bien documentados, libros y una infinidad de literatura referente a la emigración al alcance de todos, gracias al maravilloso desarrollo de la tecnología y medios de comunicación, por eso, los invito a que si así lo desean, echen un vistazo a su alrededor que seguramente encontrarán muchas páginas que leer. De hecho al final de este artículo les dejo algunas referencias bibliográficas.
Es mi intención dejar plasmado mi sentir acerca de este hecho tan importante  en la sociedad Canaria en la década de los años 40, 50, 60 y 70. Aquella emigración ha extendido, según mi criterio, su influencia a los tiempos actuales. Hoy por hoy hay toda una generación de descendientes de canarios que como yo ha sido marcada por dicha influencia.
A continuación comparto con ustedes una historia familiar, para que puedan entender un poquito lo que quiero decir.

EL BAÚL

Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida.  Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta,  eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.

Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.

Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.

-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de  música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.

Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.



Esta pequeña historia que les acabo de relatar está basada en un hecho real. La pequeña Blanca Nieves María es mi madre, y Doña Luz era mi bisabuela. Nació y creció mi madre en Mazo, La Palma y como muchos canarios emigró a Venezuela en el año 1953 siendo aún una pequeñaja de 13 años de edad. Casó mi madre con un venezolano, tuvo cuatro hijos venezolanos e hizo vida lejos de su isla a la que no pudo volver sino cincuenta y seis años después.
Mis abuelos, Blas Sotero Castro Castro y Concha Felipe San Juan se vieron en la necesidad de emigrar y dejar a su única hija al cuidado de su abuela materna. Cuenta mi madre que en el viaje hacia Venezuela, viaje que no quería hacer, consumió por vez primera en su vida una bebida gaseosa y que cuando llegó al puerto de La Guaira vio por primera vez también, personas negras. Igualmente cuenta mi madre que deseando regresar a su isla no quería bajarse del barco y no paraba de llorar.
Mucho leemos acerca de la emigración, pero palpar en la mirada y en el tono de las palabras de sus protagonistas lo que significó aquel acontecimiento en sus vidas y como la influencia de ese acontecimiento asombrosamente se desparramó en las generaciones siguientes es lo que me ocupa en este artículo.
“Pues en esta isla los hombres siempre fuimos mar, irse era condición de flujo y reflujo, apremio de la marea de la vida”. (1)
La marea de la vida me convirtió a mí en una emigrante también y me trajo a estas ISLAS AFORTUNADAS, al igual que mi madre y mis abuelos lo hicieron en su momento, pero a la inversa. Yo también en algún punto de ese acontecimiento de mi vida experimenté lo mismo que ellos experimentaron y quizás por eso los recuerdos de mis antepasados se convirtieron hoy en mis propios recuerdos. Por mi afán de dar a conocer mis letras relato vivencias que no conocí y siento que de alguna manera esas vivencias me han marcado un destino que nunca imaginé. Mi niñez fue regada por historias de emigrantes canarios y en algún lugar de la vida tomé la decisión de rebuscar en esas historias, para dejar testimonio escrito  de los acontecimientos que generó ese hecho en la vida de aquellos seres humanos. Lo que no podía intuir era que aquellas historias se volverían presente, y que las partidas y las llegadas se repetirían una y otra vez.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero, de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”
Eso intento.
Y como sobre este tema hay mucha tela que cortar me despido hasta una próxima entrega, dejándoles otro relato basado en un hecho real de mi familia.

EL VIAJE
Conformada por camisones de punto, enaguas de algodón, zapatos nuevos, vestidos de lino, calcetines de seda, ropa interior y pañuelos bordados, mi padrino haciendo gala de su generosidad y de la nobleza de corazón que le caracterizó siempre, no escatimó en esfuerzos económicos para completar mi dote para el largo viaje. Era yo una niña de trece años en vísperas de convertirme a una tierra extranjera, y pese a que me esperaban mis padres al otro lado del océano, me embargaba una gran tristeza por tener que dejar todo lo
 que hasta ese momento había conformado mi mundo. Aunque una aventura donde experimentaría lo que no había visto nunca me esperaba, y todos los regalos recibidos de mi padrino Adolfo me halagaban y me hacían sentir como una reina, una gran incertidumbre invadía todo mi ser, y me hacía presentir que mi isla en la que había sido tan feliz, quedaría atrás para siempre. Dentro de aquel corpulento barco, custodiada por Doña Ángela y Don Félix, navegando ya sobre el inmenso océano Atlántico, comencé a transformarme en una extraña, dentro de mí brotaba un misterioso y desconocido sentimiento que me hacía sentir ajena y forastera ante aquello que me esperaba, arrancada de donde pertenecía temía estar confinada a ese sentir para siempre.



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