martes, 30 de enero de 2018

SANTILLANA DEL MAR


Me bajé apresurada del autobús, era imprescindible hacer aguas, una vez aliviada, me dispuse a conocer esa bella localidad de Cantabria.
Hermosos balcones adornados con flores, calles empedradas, ventanas y puertas de madera por doquier, edificaciones antiguas de siglos pasados, algunas casi originales y otras con el esmerado repaso de un proceso de conservación a sus espaldas daban cuenta de un sitio con mucha historia que conocer. Ensimismada en mi propia observación, muda e ignorante del pasado de aquel lugar, cada rincón de esa bonita región me hacía suponer que guardaba acontecimientos de un pasado no fácil ni alegre en contraste con el comercial y turístico presente que la ocupaba hoy.
Llamó poderosamente mi atención que numerosos turistas entre nacionales y extranjeros, gran cantidad de restaurantes y cafeterías e incluso prestigiosos hoteles y posadas y numerosas tiendas de souvenirs y artículos tradicionales hacen vida en mazmorras, cuarteles, cárceles y monasterios de hace varios siglos atrás, cuyas paredes susurran acontecimientos de otros tiempos que se quedaron pegados a ellas y que el bullicio de la vida de hoy ahoga con risas, expresiones  de admiración y el sonido de los pasos de los miles de turistas que andan sus calles en son de jolgorio y alegría.
Santillana del Mar, a unos 30 kilómetros de Santander, es un museo vivo de una villa medieval desarrollada entorno a la colegiata de Santa Juliana, aunque la mayoría de sus caseríos corresponden a las diversas aportaciones arquitectónicas de los siglos XIV al XVIII, se encuentra en la costa occidental de la comunidad autónoma de Cantabria (España), de la que es su extremo este. El conjunto histórico-artístico de Santillana no se puede visitar más que de pie.
La villa fue declarada conjunto histórico-artístico en 1889. En sus inmediaciones se encuentra la cueva de Altamira, protegida como Patrimonio de la Humanidad. Es uno de los pueblos más turísticos y más visitados de Cantabria, siendo una parada imprescindible para los turistas que visitan la región. Esto ha hecho que gran parte de los habitantes del municipio vivan de la actividad turística, especialmente de la hostelería, los alojamientos rurales y las tiendas de productos típicos.
Desde julio 2013, Santillana del Mar forma parte de la red “Los pueblos mas bonitos del España”.
Caminé yo por sus calles empedradas, callejuelas y callejones, admiré sus antiguas casas, casonas y parajes, tomé muchas fotos e hice mi propia travesía según me guiaban los sentidos.
Entré a una de tantas tiendas esparcidas por el lugar y para mi sorpresa me topé con un pedacito de mi tierra de origen dignamente representada por una elegante y espigada chica que con un autóctono acento natal intercambió conmigo unas amistosas palabras fraternales. Ya por último sentada sobre unas antiguas escalinatas esperando a que mi compañero de vida me tomara una foto para el recuerdo me dio por reflexionar. El avance de los tiempos nos permite ir al pasado. Venimos de allí de las vicisitudes, de los sufrimientos, de los logros y de las alegrías de nuestros antepasados. Me decanto por pensar que cada uno de nosotros lleva un sello, y que es imprescindible descubrirlo e indagar en él. En mi caso ese sello moldea mi existencia y bifurca para mí caminos inesperados. La escalinata en la que me senté sigue allí como testigo fiel del encuentro entre el pasado y el presente, y nosotros los de antes y los de ahora continuamos el viaje.

Les invito a visitar si así tienen la oportunidad a Santillana del Mar.

REZADOS


En esta oportunidad me voy a referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos curativos.
Primero he de decir que sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para obtener  información de cualquier  área del saber, si quieren ampliar sobre el tema.
¿Qué eran o qué son los rezados (santiguados)?
Voy a contestar esta pregunta con el relato que a continuación les transcribo basado en un hecho real de mi familia y que me hizo ser testigo de esta costumbre.
Mi abuelo
En mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que acontecía con frecuencia, del don de  curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía y  cómo lo hacía así que me quedé con los detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso. Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba, esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo. Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la sala de casa y les decía que ya estaba sacado el mal de ojo. Según el caso y si era necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que él rezaría por su cuenta.
Vi como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también se daba el caso.
Supongo que se corrió la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos acontecimientos de su vida tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo, cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y por qué creyó que yo podría hacerlo también. Cuanto te extraño abuelo.
Concluyo diciendo que constituye todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras y rezanderos, verdaderos guardianes de creencias ancestrales.

Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”                            
Eso intento.


domingo, 28 de enero de 2018

REZADOS (SANTIGUADOS)

En esta oportunidad me voy a referir a una costumbre y práctica que aún subsiste en nuestras islas y que me tocó conocer y observar de cerca cuando tan solo era una niña, con lo cual tengo el privilegio de dejar testimonio de ella con la certeza que me otorgó el haber sido testigo de primera mano de ver a mi abuelo rezar el mal de ojo y sanar a numerosas personas que regresaban agradecidas a dar testimonio de sus efectos curativos.
Primero he de decir que sobre el tema hay mucha literatura en la cual se recrea esta costumbre canaria con excelentes explicaciones y muy bien documentadas, así que les invito a echar un vistazo y a buscar en la extensa bibliografía que está a nuestro alcance apenas echamos mano de los avanzados recursos de los que disponemos hoy en día para obtener  información de cualquier  área del saber, si quieren ampliar sobre el tema.
¿Qué eran o qué son los rezados (santiguados)?
Ni la Inquisición ni las numerosas barreras impuestas a los naturales de las islas, pudieron borrar muchas prácticas curativas, cuyas raíces son una mezcla de creencias nativas y sincretismo católico.
La medicina de los curanderos y santiguadoras en Canarias estaba relacionada con los recursos y medios que encontraban a su alrededor y con esa mirada a reojo a través de signos y rezos.
La necesidad para curar sus enfermedades, sincretizándola para evitar a las autoridades religiosas,  junto a la poca confianza que les daban los conquistadores y sobre todo ante la aparición de nuevas epidemias y plagas, que año tras año dejaban los visitantes y transeúntes, dan como resultado la aparición de estas prácticas tal y como las conocemos hoy en día.
Son las mujeres las que más protagonismo tiene en paliar los padecimientos de una población que no termina de asimilar las nuevas creencias impuestas, pero utilizan los elementos del catolicismo para evitar la inquisición, de ahí nace la santiguadora, aquella que cura con el poder de la palabra a diferencia de los curanderos, desempeñado este magisterio normalmente por hombres, que utilizan más, los conocimientos de plantas para tratar a sus pacientes.
No debemos olvidar la importancia de la mujer en la transmisión de la cultura popular. La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y curaba. Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo, las propiedades de las plantas, el fenómeno de su cocción. De su experiencia obtenía una cierta influencia social, un cierto reconocimiento. Por eso la persecución de las brujas, casi siempre mujeres, tiene mucho que ver con el intento de destruir la cultura popular, que mantenía vivos elementos paganos.
Las santiguadoras tienen un poder especial para curar, y los vecinos de nuestros pueblos acuden a ellas impulsados por ese sentido que hace caminar guiados por el corazón, cuando los cuerpos se ven atacados por el mal de ojo, susto, sol en la cabeza y otras dolencias y males o simplemente cuando no encuentran solución en la medicina científica.
La enfermedad que tratan las santiguadoras se considera en este ambiente mágico, no sólo como un dolor físico de nuestro cuerpo, sino también de nuestra mente, de ahí los rezos y oraciones que estas realizan a los pacientes.
Los santiguados son los hilos conductores que le transmiten el grado de enfermedad de sus pacientes. Las creencias religiosas, tanto de la santiguadora como del paciente, juegan un papel importante en el proceso.
Nuestros campesinos canarios  además de creer firmemente en brujas, espíritus y presagios, les tienen un miedo especial a los efectos del mal de ojo en plantas, animales etc., y en especial aquel que recae en nuestros niños. Sin embargo, no juzgan siempre este hechizo como un acto de maldad, sino que también creen que un exceso de cariño o admiración de las personas que lo producen, puede provocar el mismo efecto perjudicial, que suele consistir en que se seca o muere todo aquello en lo que recae tal energía.
Las prácticas de las santiguadoras siguen vigentes en nuestros campos, incluso en la ciudad, donde se recurre a ellas para sanar a nuestros hijos del temido “mal de ojo” ya sea de manera física, llevando al infante o a distancia, para lo que se facilita tan solo el nombre del afectado.
Entre la muchas variedades de rezados que existen en toda Canarias para las distintas afecciones, hay algunos que podríamos denominar de uso mas común y son la base de las curaciones que realizan las santiguadoras.
Constituye todo un legado el magisterio de nuestras estimadas y queridas santiguadoras, verdaderas guardianas de creencias ancestrales y que reciben, por lo general como pago, los alimentos que nuestras gentes cultivan en sus campos.

Fuente consultada:
A continuación les dejo una historia basada en un hecho real de mi familia y que me hizo ser testigo de esta costumbre.


Mi abuelo
En mi niñez solía pasar mis vacaciones escolares en casa de mis abuelos, así fue durante muchos años, debido a ello fui testigo de primera mano de un suceso que acontecía con frecuencia, del don de  curar el mal de ojo que tenía mi abuelo Sotero; por lo tanto aquel acontecimiento se convirtió con el pasar de los años en un hermoso recuerdo que de alguna manera dejó en mí una lección de vida y un aprendizaje interior. Siendo yo tan pequeña, al principio no comprendía muy bien de que trataba aquel asunto, pero poco a poco y a medida que pasaba el tiempo entendí lo que era. Me escondía yo por los rincones y vigilaba a mi abuelo para ver bien lo que hacía y  cómo lo hacía así que me quedé con los detalles de su don para curar a la gente. Solían asistir las personas a casa de mis abuelos, en algunas ocasiones con el o la enferma y en otras ocasiones con el nombre de la persona aquejada del mal escrito en un papel. Mi abuelo que para aquel entonces sería un hombre rondando los sesenta fijaba su mirada azul en el enfermo, cogía su mano y haciendo una o dos preguntas hacía un rápido diagnóstico determinando si aquel enfermo tenía o no mal de ojo. Hacía lo mismo concentrándose en el nombre que estaba escrito en el papel, cuando era el caso. Primero que todo mi abuelo era muy sincero, si aquella persona aquejada de un mal no tenía mal de ojo lo decía inmediatamente y recomendaba que acudiera a un médico, y acto seguido dejaba claro que él no podía hacer nada. Si por el contrario mi abuelo detectaba que el enfermo si tenía mal de ojo, se levantaba inmediatamente, para ese momento ya había empezado su secuencia ininterrumpida de bostezos y se alejaba hacia el patio de casa y ubicado en un rincón, sentado en una silla de espaldas y contra la pared se inclinaba, ponía sus codos sobre las rodillas y sostenía con sus manos su cabeza. Allí en aquella posición bostezando sin cesar, gesticulaba con su boca palabras inaudibles en algunas ocasiones por un largo rato y en otras por mas corto tiempo. Una vez terminado su rezo, se levantaba, iba al lavado, metía su cabeza bajo el chorro de agua que salía del grifo y se lavaba, en algunas ocasiones devolvía y hasta mareaba, esto último dependía del grado de intensidad del mal que aquejaba al enfermo. Una vez recuperado, se acercaba al paciente o familiares que esperaban en la sala de casa y decía ya está sacado el mal de ojo. Según el caso y si era necesario mi abuelo le rezaba al paciente por dos o tres días mas, pero siempre les decía que no era necesario que volvieran que ya el mal estaba cortado y que él rezaría por su cuenta.
Vi como las gentes agradecidas volvían en las semanas posteriores para llevar algún regalo a mi abuelo, que nunca cobraba absolutamente nada, y para decirle que la recuperación del enfermo había sido inmediata. Por lo tanto, llevaban a mi abuelo la mayoría de las veces, pan, queso, dulces, nunca dinero. He de decir que mi abuelo curaba a los animales cuando tenían mal de ojo, que también se daba el caso.
Supongo que se corría la voz y la fama de mi abuelo en ese sentido creció porque fueron muchas las personas que acudieron a él, en su mayoría compatriotas canarios que al igual que él habían emigrado a Venezuela.
En alguna oportunidad siendo yo ya una adolescente, me dijo mi abuelo que me enseñaría la oración para que yo también aprendiera a curar el mal de ojo, pero esto nunca sucedió, murió mi abuelo y me quedé con las ganas de aprenderla y con varias incógnitas sobre su vida. Nació mi abuelo en Tijarafe, La Palma en una época difícil para estas islas, perdió su vista siendo un niño recuperándola nuevamente, fue a la guerra civil española en la cual perdió parte de la audición, emigró a Venezuela y a pesar de todos estos acontecimientos tenía la fortaleza suficiente para dedicarse a ayudar a los demás. Me hubiese encantado saber, quién le enseñó a él a rezar el mal de ojo, cómo descubrió esa habilidad de curar a la gente, qué sentía cuando lo hacía y por qué creyó que yo podría hacerlo también.
Te extraño abuelo.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”
Eso intento.







sábado, 13 de enero de 2018

EMIGRACION

Han sido muchas las historias que la emigración generó en los habitantes de canarias, por eso quiero hoy recordar esta realidad que vivieron nuestros antepasados.
Específicamente me voy a referir a la emigración reciente.
Con la Guerra Civil Española un grave período de crisis y autarquía se abrió sobre las islas, del que no se saldría hasta los años sesenta. Desde el año 1948, ante las serias dificultades que impuso la España franquista a la migración con trámites penosos y costosísimos, nació la llamada época de los barcos fantasmas. En ella la flota pesquera canaria se destinó al traslado de inmigrantes clandestinos  en barcos de vela, entre ese año y 1952 se calcula que la efectuarían unos 8.000. Fue sin duda uno de los episodios más dramáticos y épicos del afán de los canarios por llegar a la Nueva Tierra Prometida, en las que navíos con una disponibilidad máxima de 50 personas llegaron a transportar 286.
Hasta la década de 1940, la mayor parte de la emigración era clandestina, y esta situación la provocaba la legislación vigente para el momento, las dificultades administrativas y económicas para conseguir los visados, la represión política y la evasión del servicio militar.
En los lugares que llegaban los canarios dejaban huella. En los registros matrimoniales de las catedrales de La Habana y Caracas, constan, como segundo aporte demográfico, personas de origen canario. Historiadores Venezolanos afirman que toda la población blanca del interior del país tiene sus raíces en las Islas Canarias.
La última etapa dorada de esta migración serán los años 70. Las mujeres pasan a ser el 60% de los emigrantes.
Las estadísticas señalan que en el año 1954 llegaron a Venezuela 74.000 emigrantes oficialmente, pero esa cifra era rebasada por los canarios que no iban contratados, sino como transeúntes, turistas o como simples visitantes y se quedaban en el país junto a padres y familiares, nacionalizándose para tener derecho al establecimiento comercial e industrial. Se cifró en aquellos años en más de 150.000 los canarios dispersos en todo el país hermano. 
Mucho podría hablar acerca de este tema, pero hay estudios completos de expertos, historiadores, tesis universitarias, blogs muy bien documentados, libros y una infinidad de literatura referente a la emigración al alcance de todos, gracias al maravilloso desarrollo de la tecnología y medios de comunicación, por eso, los invito a que si así lo desean, echen un vistazo a su alrededor que seguramente encontrarán muchas páginas que leer. De hecho al final de este artículo les dejo algunas referencias bibliográficas.
Es mi intención dejar plasmado mi sentir acerca de este hecho tan importante  en la sociedad Canaria en la década de los años 40, 50, 60 y 70. Aquella emigración ha extendido, según mi criterio, su influencia a los tiempos actuales. Hoy por hoy hay toda una generación de descendientes de canarios que como yo ha sido marcada por dicha influencia.
A continuación comparto con ustedes una historia familiar, para que puedan entender un poquito lo que quiero decir.

EL BAÚL

Doña Luz era muy elegante, esbelta, de finos modales e impecable en el vestir y en el baúl de tea que tenía en su habitación guardaba todo lo que le quedaba en la vida.  Para la imaginación de Blanca Nieves María, su nieta,  eran valiosos objetos y tesoros de valor incalculable, lo que la noble anciana guardaba allí con mucho recelo.

Apenas oía el ruido que hacía la madera al abrirse el cajón, la niña echaba a correr, no importaba en qué lugar se encontrara dentro de casa ni lo que estaba haciendo, atravesaba el salón y enseguida llegaba a la puerta de la habitación de su abuela, donde detenía de golpe su carrera y entonces entraba muy despacio, caminando, sin dar señales de haber corrido desaforadamente unos instantes antes.

Doña Luz de frente al baúl abierto sostenía entre sus brazos un hermoso vestido blanco, era lo primero que sacaba. Mantas y sábanas yacían esparcidas sobre la cama. Tal era el panorama que siempre se encontraba la niña al entrar en la habitación.

-Quizás en el fondo del baúl, envuelto en pañuelos de seda color rosa, estaba un hermoso cofre de oro con rubíes y esmeraldas incrustadas en sus paredes, que además era una linda caja de  música, que tocaba una melodía encantadora y extraña jamás oída por estos lugares-. Tales eran los pensamientos de la niña, que empinada sobre las puntas de sus pies y ligeramente inclinada hacia adelante, asomaba su cabeza dentro del gran baúl, mientras sus alargados ojos buscaban los ansiados tesoros. Pero Doña Luz siempre cerraba el baúl antes de que Blanca Nieves pudiera lograr ver lo que tanto deseaba, y la preciada búsqueda quedaba finalizada hasta una próxima oportunidad.

Transcurrido el tiempo, Doña Luz enfermó, luego de la muerte de su abuela y después de un año de estadía en casa de la tía Eletra, Blanca Nieves cruzó el mar y sus hermosos y nostálgicos recuerdos se convirtieron en sus más preciados tesoros.



Esta pequeña historia que les acabo de relatar está basada en un hecho real. La pequeña Blanca Nieves María es mi madre, y Doña Luz era mi bisabuela. Nació y creció mi madre en Mazo, La Palma y como muchos canarios emigró a Venezuela en el año 1953 siendo aún una pequeñaja de 13 años de edad. Casó mi madre con un venezolano, tuvo cuatro hijos venezolanos e hizo vida lejos de su isla a la que no pudo volver sino cincuenta y seis años después.
Mis abuelos, Blas Sotero Castro Castro y Concha Felipe San Juan se vieron en la necesidad de emigrar y dejar a su única hija al cuidado de su abuela materna. Cuenta mi madre que en el viaje hacia Venezuela, viaje que no quería hacer, consumió por vez primera en su vida una bebida gaseosa y que cuando llegó al puerto de La Guaira vio por primera vez también, personas negras. Igualmente cuenta mi madre que deseando regresar a su isla no quería bajarse del barco y no paraba de llorar.
Mucho leemos acerca de la emigración, pero palpar en la mirada y en el tono de las palabras de sus protagonistas lo que significó aquel acontecimiento en sus vidas y como la influencia de ese acontecimiento asombrosamente se desparramó en las generaciones siguientes es lo que me ocupa en este artículo.
“Pues en esta isla los hombres siempre fuimos mar, irse era condición de flujo y reflujo, apremio de la marea de la vida”. (1)
La marea de la vida me convirtió a mí en una emigrante también y me trajo a estas ISLAS AFORTUNADAS, al igual que mi madre y mis abuelos lo hicieron en su momento, pero a la inversa. Yo también en algún punto de ese acontecimiento de mi vida experimenté lo mismo que ellos experimentaron y quizás por eso los recuerdos de mis antepasados se convirtieron hoy en mis propios recuerdos. Por mi afán de dar a conocer mis letras relato vivencias que no conocí y siento que de alguna manera esas vivencias me han marcado un destino que nunca imaginé. Mi niñez fue regada por historias de emigrantes canarios y en algún lugar de la vida tomé la decisión de rebuscar en esas historias, para dejar testimonio escrito  de los acontecimientos que generó ese hecho en la vida de aquellos seres humanos. Lo que no podía intuir era que aquellas historias se volverían presente, y que las partidas y las llegadas se repetirían una y otra vez.
Decía Benito Pérez Galdós, para escribir bien y para el pueblo, hay que acordarse primero, de las dos mamá: la mamá y la tierra de los recuerdos infantiles…”
Eso intento.
Y como sobre este tema hay mucha tela que cortar me despido hasta una próxima entrega, dejándoles otro relato basado en un hecho real de mi familia.

EL VIAJE
Conformada por camisones de punto, enaguas de algodón, zapatos nuevos, vestidos de lino, calcetines de seda, ropa interior y pañuelos bordados, mi padrino haciendo gala de su generosidad y de la nobleza de corazón que le caracterizó siempre, no escatimó en esfuerzos económicos para completar mi dote para el largo viaje. Era yo una niña de trece años en vísperas de convertirme a una tierra extranjera, y pese a que me esperaban mis padres al otro lado del océano, me embargaba una gran tristeza por tener que dejar todo lo
 que hasta ese momento había conformado mi mundo. Aunque una aventura donde experimentaría lo que no había visto nunca me esperaba, y todos los regalos recibidos de mi padrino Adolfo me halagaban y me hacían sentir como una reina, una gran incertidumbre invadía todo mi ser, y me hacía presentir que mi isla en la que había sido tan feliz, quedaría atrás para siempre. Dentro de aquel corpulento barco, custodiada por Doña Ángela y Don Félix, navegando ya sobre el inmenso océano Atlántico, comencé a transformarme en una extraña, dentro de mí brotaba un misterioso y desconocido sentimiento que me hacía sentir ajena y forastera ante aquello que me esperaba, arrancada de donde pertenecía temía estar confinada a ese sentir para siempre.