miércoles, 14 de enero de 2015

LA DEVOCIÓN

Ese día todo se reduce a la devoción de la virgen, la ciudad se vuelve pequeña y se compacta en un río humano que se mueve hacia adelante siempre, variopinto y bullicioso. Ella navega todos los años en esas aguas y se deja llevar al vaivén de la fe de aquellas gentes. Esa pequeña ciudad, de tardes coloradas, de ciudadanos campechanos, de sitios modernos y no tan modernos, de edificios, casas, plazas y calles dormidas en el tiempo, es testigo año tras año de su llegada.
La devoción transmitida de padres a hijos, más bien, de unos a otros, como una condición natural de los hombre y mujeres nacidos de esa tierra, desde tiempos bastantes lejanos, sustentada en un hecho mágico-religioso y misterioso, subsiste y se renueva cada año.
Las innumerables formas y maneras de demostrar la fe de aquellas gentes, en algunos casos muy ocurrente y graciosa pero no menos devota, le da un toque especial y único a aquella procesión. Por lo tanto, los colores y vestidos mágico-religiosos, las cruces de madera o de cualquier material, las alas de ángel y los pies descalzos son los elementos más destacados para demostrarla. El río ancho se estrecha, se repliega y no deja de moverse entre risas, lágrimas y cantos.
Ni el tiempo, ni las adversidades económicas, ni políticas, ni de ninguna índole  han disminuido el caudal y la fuerza de ese río humano. Un hecho curioso o misterioso es que los índices delictivos disminuyen ese día en cifras muy importantes.
La VIRGEN, tiene una expresión de madre enternecida, su cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, su mirada anclada en un punto que lo abarca todo pareciera contemplar el caminar de todos sus hijos, que con sus pecados a cuesta, la llevan y no la dejan de llevar. A lo mejor para espiar sus culpas, la devoción expresada ese día cumple el papel fundamental de lavar las penas individuales y colectivas, de ser protagonistas de la grandeza del misterio de aquella imagen, de cumplir con las promesas ofrecidas o quizás de desbordar sentimientos reprimidos asidos al misterio, a la fe y a  lo desconocido.
No importa el tiempo, los niños de ayer todavía forman hoy parte de ese río y los niños de hoy formarán parte de él mañana. No importa la distancia, la gente que dejó aquella ciudad continúa como afluente del cause de ese río, desde dondequiera que está, pues la devoción es tan arraigada que no perece.
Un río humano, que recorre muchos kilómetros. Ella navega todos los años en esas aguas y se deja llevar al vaivén de la fe de aquellas gentes. Esa pequeña ciudad, de tardes coloradas, de ciudadanos campechanos, de sitios modernos y no tan modernos, de edificios, casas, plazas y calles dormidas en el tiempo, es testigo año tras año de su llegada. Esa es mi ciudad, si señor y yo también soy parte de esa devoción.
María de la Luz (14 de Enero 2015).

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